Las transiciones a la democracia requieren pesadas inversiones. Los partidos no se crean o refundan de la noche a la mañana. Tampoco los futuros cuadros políticos. La preparación de las reformas y de las elecciones, con sus correspondientes campañas, tienen altos costes. Todo esto requiere muchas inversiones, una gran perspicacia en las apuestas y también un buen nivel de control público y de transparencia, si se desea evitar la corrupción y asegurar unos sólidos cimientos de estos futuros sistemas políticos.
En la financiación de las transiciones se juega en parte la orientación geoestratégica de los países en proceso de cambio. Los países excomunistas recibieron una copiosa financiación de fundaciones, partidos y 'think tanks' americanos. En la transición española destacó notablemente la financiación de los dos grandes partidos alemanes. Y ahora, con las transiciones de los países árabes, se abre un auténtico casino político en el que van a apostar y competir fuerzas, partidos y países en muchos casos rivales e, incluso, enemigos a muerte.
Las apuestas no van a esperar a las citas electorales, sino que funcionan desde el primer momento en la actitud de los medios de comunicación, en la ayuda a los organizadores de las revueltas y a los partidos ya constituidos, e incluso en la participación en operaciones militares en apoyo de los rebeldes, como es el caso de Libia.
Casi todos los países con vocación de potencia regional, como Turquía, Arabia Saudí o Irán, participan en la enorme ronda de apuestas que han abierto las revoluciones árabes. Pero hay también países pequeños que juegan con bazas y desenvoltura de potencias, como es el caso de Qatar. La televisión catarí Al Yazira basta para definir el enorme radio de acción y la influencia del emirato en esta crisis.
La cadena panárabe ha tenido tanta o mayor influencia que las redes sociales en la organización de las protestas en Túnez y Egipto, pero con su canal en inglés ha obtenido credibilidad incluso en Estados Unidos. Pero Qatar, además, ha desempeñado un papel primordial en Libia, con la participación de su aviación en el dispositivo de la OTAN, duplicada militarmente por la ayuda, entrenamiento y quizás la intervención directa de sus fuerzas especiales.
Puede que también pujen europeos o americanos en esta mesa de juego sobre el futuro, pero esta no es su ruleta. Lo que en buena parte se dilucida en esta partida es cómo serán estas sociedades que quieren ser a la vez democráticas e islámicas. Dos de los tres modelos que compiten, el iraní y el saudí, son abiertamente autoritarios, y solo el turco permanece abierto, a pesar de todas las dudas que suscite. Pero el mejor y más democrático de los modelos será el que sean capaces de construir los ciudadanos de cada país despegándose de las inversiones e intereses exteriores.
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