Algunos siguen disimulando, pero la mayoría, sensata, razonable, ha empezado a enterarse de qué va esa historia. Saben que la matanza tendrá consecuencias. Está teniendo ya consecuencias. Y las tendrá de forma cada vez más nítida sobre la extrema derecha no violenta. Pero las también sobre la derecha convencional e incluso sobre el antiprogresismo de origen izquierdista encaramado alegremente en la incorrección política.
No escondamos la cabeza bajo el ala: la extrema derecha comparte ideas con el asesino. Compartir ideas no transfiere responsabilidades. El único responsable de un crimen es el criminal mismo. No hay responsabilidades colectivas. Las ideas no matan. Las palabras que no son incitación directa a la violencia, tampoco. Pero que no sea delito según los códigos penales al uso no quiere decir que sea civilizado y responsable difundir según qué ideas y pronunciar según qué palabras.
Las ideas y las palabras tienen consecuencias, aunque no maten. El delito no es escribir Mein Kampf sino poner en la práctica las ideas que se exponen en Mein Kampf. Anders Bhering Breivik ha puesto en práctica de forma extrema y violentísima las ideas que defienden un buen número de partidos y grupos de extrema derecha europeos. No es extraño que algunos militantes de estos grupos, en muy distintos países, hayan expresado en las primeras horas posteriores a la matanza algún tipo de afinidad y simpatía con el asesino, aunque inmediatamente se hayan visto obligados a pedir disculpas.
A continuación vienen esas derechas convencionales, zarandeadas por sus intereses electorales, que oscilan entre la invocación de un centrismo evanescente y un lugar extremo en su derechismo que les permita disputar los votos a la extrema derecha, es decir, a quienes comparten ideologías con Breivik. Quizás no les gustan mucho esos programas, pero les gusta menos quedarse sin esos votos, y de ahí que hayan desarrollado grandemente dos habilidades: guiñar el ojo hacia la derecha y sacar la lengua hacia la izquierda.
Ahí llega el tercer grupo, comentaristas, analistas, periodistas y tertulianos, que jalean a las derechas extremas en sus esfuerzos por decir la cruda verdad, llamar las cosas por su nombre, y por culpabilizar a la izquierda de todo lo que está pasando. Ahí sale el entero repertorio de piezas a abatir: buenismo, multiculturalismo, pensamiento políticamente correcto, y todo el progresismo en general. La socialdemócrata Noruega concentra y resume todos estos males a los que el tertulianismo atribuye la responsabilidad de cualquier cosa.
Las responsabilidades políticas y morales, sin consecuencias legales ni penales, evidentemente, son mayores cuanto mayor es el peso, la autoridad y la capacidad para influir e incluso gobernar nuestras sociedades. Es más culpable el oportunismo de los moderados que la cabezonería de los ultras. Los gobiernos que las oposiciones. Los grandes medios de comunicación que las webs marginales. O los comentaristas sin intereses electorales pero con prestigiosas tribunas a su alcance que los demagogos que se dedican a mendigar votos. Pero todos lo son: no puede haber poder sin responsabilidad, como pretende un conocido y poderoso periodista.
Cuando se convierte en una moda la difusión irresponsable de ideas erróneas y la pronunciación frívola de palabras excesivas fácilmente puede crearse el clima donde van a crecer los locos asesinos. Basta con evocar la larga historia del antisemitismo en Europa para que obtengamos las lecciones que necesitamos sobre este asunto. En muchos momentos de la historia europea los chistes y los improperios antisemitas han tenido incluso un tono chic y de moda.
Sí, la matanza de Oslo tendrá consecuencias. Debe tenerlas en la vigilancia y en la atención policiales hacia la extrema derecha, sus grupos, las webs y los lobos solitarios como Breivik. También en la vigilancia de los discursos del odio, que desbordan el territorio estricto de la extrema derecha. Y debe también tenerlas en quienes frívolamente hablan, escriben y hacen gracietas en relación a la inmigración, al islam, a los extranjeros y a la multiculturalidad para buscar el aplauso del tendido. No es tan solo Noruega quien ha perdido la virginidad. A ver si se dan cuenta algunos, normalmente muy parlanchines y ahora súbitamente enmudecidos respecto a esta matanza. Esperemos que su silencio sea para la reflexión y no una pausa antes de volver a las andadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario