miércoles, 6 de julio de 2011

HUGO CHAVEZ Y EL "VIVA YO"

El milagro del poder personal es que su carencia de límites alcanza incluso a los usos del lenguaje. Quien tiene todo el poder posee también la capacidad de dar sentido distinto y peculiar a las palabras. Puede invertir incluso los flujos del sentido. Si el enemigo y el adversario pueden ser identificados con bacterias, plagas o enfermedades, ¿por qué no sería posible tratar a la enfermedad literal, al cáncer por ejemplo, como si fuera un enemigo imperialista al que hay que vencer? Si el caudillo posee la capacidad casi física de presentarse como la encarnación humana de la patria, ¿qué le impediría convertir a la patria en el cuerpo terrestre sobre el que se producen las batallas biológicas entre la vida y la muerte? Si el jefe carismático es también la síntesis de la historia, ¿cómo no concebir una historia que sea la expresión de la vida del jefe carismático?
Un cáncer de colón o de próstata, civil y humano sufrimiento que padecen muchísimas personas hasta que los médicos consiguen su curación o hasta la muerte, se convierten alojados en el cuerpo del caudillo en metáfora política e histórica en la que se sintetiza el maniqueísmo de una dialéctica colectiva liberadora. Ante tal acontecimiento planetario, no hay más remedio que convocar a las masas soberanas para que acudan en auxilio de su jefe, solicitar su aclamación, aliviarse con los gritos de rigor y los mantras destinados a ahuyentar a lo malos espíritus de las células cancerosas. Así es como los padecimientos y las miserias de un cuerpo enfermo adquieren el dramatismo de los combates de la historia en los que la humanidad se supera a sí misma y alcanza nuevos estadios en su emancipación.
La escenificación de estos combates gloriosos llega con el histrionismo de Chávez a cimas inigualables, en las que todos los abusos del lenguaje son posibles y todos los sincretismos, religiosos y políticos, obligados. Los ídolos disponibles desfilan en esta ceremonia: el dios de sus padres, el manto de la Virgen, los espíritus de la sabana, la Vida de ‘gracias la vida que he amado tanto’, Simón Bolivar por supuesto y Fidel Castro, convertido en comandante de las legiones venezolanas y cubanas de médicos que combaten en esta batalla. El caudillo enfermo hace ondear y besa la bandera, levanta el puño en alto, hace la señal de la cruz, saluda militarmente y termina de cantor y director del coro del pueblo que entona el himno nacional.
Está en el Balcón del Pueblo. ¿Y qué se hace desde el balcón del Pueblo? Vitorear a grito pelado: a Fidel, a Cuba, a la Vida. ¿No falta nadie? Sí, finalmente, a sí mismo: el enfermo que ha rondado la muerte grita ¡Viva Chávez!. Es lo mínimo que puede desear un enfermo aquejado de una enfermedad mortal, seguir viviendo. Es lo que da mayor sentido a una convocatoria así: viva yo. Andrés Oppenheimer, muy agudamente, ha llamado a ese fenómeno narcisismo-leninismo.

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