El tiempo se agota. También los márgenes de acción. Llegará un momento, quizás hoy mismo, en que el destino del euro quedará sentenciado. Depende de Angela Merkel, la mujer más poderosa del mundo, pero también la más empecinada. Lleva un año y medio arrastrando los pies, resistiéndose a la lógica que ella misma ha defendido: si cae el euro, cae Europa. Nadie se llama ya a engaño ante la crisis de la deuda griega: el laberinto en que nos hemos metido, guiados por la creciente aversión alemana a la integración europea, solo tiene una salida, y es precisamente más integración europea. Aunque sea a costa de romper los tabúes alemanes que prohíben todo lo que signifique convertir la UE en una unión de transferencias, sea el rescate de los países en suspensión de pagos, la emisión de eurobonos o la compra por el Banco Central Europeo de deuda degradada.
La presión sobre Merkel es enorme. Si cae el euro no cae tan solo Europa: el terremoto se extiende a la economía mundial. Es lo que le faltaba a Barack Obama, en su guerra particular con los republicanos para aumentar el techo de endeudamiento y evitar la suspensión de pagos de su Administración. El Fondo Monetario Internacional no ha podido ser más explícito. “Necesitamos más Europa y no menos, y la necesitamos ahora”, han dicho varios directivos de la institución. Ahora quiere decir hoy, no mañana. También se lo ha dicho la oposición socialdemócrata alemana, que pide una “señal política fuerte y valiente”, para la que le han asegurado su voto en el Bundestag y su ayuda en las explicaciones públicas a unos ciudadanos reluctantes ante cualquier desembolso para salvar las deudas periféricas.
Mucho le ha costado a Merkel aceptar la convocatoria de esta cumbre urgente de hoy. Quiso convocarla Van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, la semana pasada, pero tuvo que pasar por la humillación de que la canciller le desautorizara y rebajara un grado más su escaso papel en la marcha de la UE. En vísperas de la reunión ha querido todavía deshinchar el souflé, para señalar que no deben esperarse medidas espectaculares de la cumbre, lo contrario de lo que espera todo el mundo, incluidos esos mercados que han castigado las bolsas, disparado los precios de las materias primas y encarecido el precio del dinero en España e Italia.
Los costes de una actitud pasiva y resistente como la de Merkel son enormes. Ya está claro que la profundidad de los recortes y de las reformas no tiene que ver directamente con la contención de la crisis de deuda. La única forma de frenarla es la federalización de las políticas fiscales y presupuestarias, es decir, la denostada unión de transferencias. La lentitud de Merkel no daña tan solo la prima de riesgo y encarece el precio del dinero de los países periféricos precisamente en el momento en que intentan salir de la crisis; afecta también a la cobertura social de sus poblaciones más vulnerables. Pero lo peor de esta resistencia alemana es que, al final, lo que está en peligro es el euro mismo y en consecuencia la capacidad exportadora de la economía alemana. Perder el euro es la ruina para todos. También para Alemania.
Ha sido un alemán, de la misma ideología que Merkel y responsable de su entrada en política, quien mejor la ha calado. Es su predecesor Helmut Kohl, a quien se atribuye una frase terrible: “Está destruyendo mi Europa”. Kohl fue el canciller de la unidad alemana, del euro y de la unidad europea; el político que entregó el marco alemán a cambio de la solidaridad europea, plasmada en el Tratado de Maastricht y, sobre todo, en los fondos para favorecer la convergencia de rentas entre los países miembros.
La Alemania de Merkel es “evasiva, ausente e impredecible”, según el diagnóstico elaborado por los expertos Mark Leonard y Ulrike Guérot, del European Center on Foreign Relations, un prestigioso think tank que sigue atentamente la evolución de la UE y que ha denunciado un creciente distanciamiento del Gobierno alemán tanto respecto a sus aliados atlánticos, incluido Estados Unidos, como respecto a sus socios europeos, sobre todo los países pequeños y periféricos. La Europa de Kohl es sinérgica: cuando uno gana todos ganan; la de Merkel, de suma cero: solo gana uno si pierden los otros. Esta dinámica es la que hay que terminar.
Había un misterio Merkel, que no quedó despejado con su reelección en 2009. No se sabía si era una Dama de Hierro como Margaret Thatcher, es decir, una ultraliberal camuflada, o la representante de una nueva derecha social, una socialdemócrata también camuflada. No es ni lo uno ni lo otro. El semanario Der Spiegel lo ha formulado en términos distintos y drásticos: “No está claro si quiere ser una mujer de Estado o la reina de la prensa sensacionalista”. Hoy lo sabremos.
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