sábado, 16 de julio de 2011

EL NUEVO 2011 Y UNA SOCIEDAD CON MUY MALAS COSECHAS

No son buenos tiempos para los emperadores. Los dueños y señores de dominios con pocos o nulos límites y controles pasan por un mal momento. Caen a puñados, como la fruta del árbol cuando llega la estación. Les sucede a las más rancias dictaduras, pero también a las multinacionales o a las instituciones internacionales. Allí donde hubo un poder sin contestación crece la semilla de la rebeldía.
Algunos buscan la explicación para esta plaga antiautoritaria en la eficacia vírica y la rapidez frenética de las redes sociales, que permiten difundir denuncias, organizar protestas y acorralar a los poderosos como no se había visto en los últimos cuarenta años. Pero el recurso al fetiche tecnológico parece insuficiente. La tecnología es reversible: también la utilizan las dictaduras para controlar a los ciudadanos.
Una explicación con mayores pretensiones es la que recurre al cambio generacional. Como ha sucedido en otras ocasiones en la historia, en los años sesenta por ejemplo, se ha producido la irrupción casi por sorpresa de unas nuevas cohortes de edad y unos grupos humanos emergentes escasamente dispuestos a aceptar la transmisión pasiva y resignada del actual estado de las cosas por parte de sus mayores.
Al cóctel efervescente que forman tecnología y juventud le falta un ingrediente tradicional para que obtenga una cierta potencia explicativa. Es la economía. Desde el rasero de la vida diaria, este ingrediente explosivo puede ser la subida de los precios de las materias primas y concretamente de los alimentos. Desde la geopolítica, es el desplazamiento de poder económico y político que se está produciendo en el mundo, que empobrece a las clases medias europeas y fragiliza su Estado de bienestar, en correspondencia con la aparición de unas clases medias en los países emergentes.
Pero falta aún un destello final para que el cóctel tenga un efecto fulgurante. Es la cereza de una pasión clásica y antigua como la soberbia, que ciega a quien la sufre, hasta hacerle creer que su tiempo es infinito, y su poder, inagotable. Los tiranos árabes caídos y por caer confirman la fórmula. Todos ellos se creyeron tan poderosos como para crear una dinastía que perpetuara su poder y su riqueza corrupta. Y todos ellos creyeron e hicieron creer que eran invulnerables.
África casi entera y la mitad del continente euroasiático están llenos de candidatos para engrosar esta lista. Pero no solo. Un mal muy similar aqueja también a otros emperadores, dueños de unos dominios modernos y globalizados que escapan a los esquemas estatales aunque cuenten con más poder e influencia que muchos Estados representados en Naciones Unidas. Ahí está Rupert Murdoch para demostrarnos con su desplome que en la cosecha de 2011 también cabe el patrono de medios más poderoso del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario