El trabajo, los ahorros, la pensión, el subsidio, los amigos, el sentido de la orientación, los nervios, la cartera, la cabeza, la cara, la mano, la vez, los estribos, el documento nacional de identidad, los papeles, las maletas, las ganas, la vergüenza, la decencia, la dignidad, la autoestima, y muchas cosas más.
Cuando hay crisis, hay mazo nuevo. Y también jugadores nuevos, porque los viejos salen expulsados con frecuencia. Pero quienes reparten las cartas no, suelen ser los mismos que repartían antes, los de siempre. Es una oportunidad, ciertamente. De donde deriva que no es mala época para quienes saben aprovechar las oportunidades, los oportunistas.
Todo lo que se puede perder en una crisis se puede perder sin crisis. Pero en una crisis es más fácil perder todo esto y perderlo todo: cuestión probabilística. Lo único difícil de perder es el miedo. Cuando se pierde el mismo miedo es que se empieza a superar la crisis. El miedo a los efectos de la crisis es parte crucial de los efectos de la crisis.
Los vendedores de miedo son los mejores agentes de la crisis. Ya actúan antes de la crisis como si hubiera crisis. Pero durante la crisis su actividad es más frenética porque su mercado se activa y se ensancha. En la subasta del miedo su acción se convierte en esencial, y abarca todos los ámbitos de la vida pública, para meter miedo de cara a unas elecciones o para meter miedo en la bolsa.
En las crisis se vende, se compra, se contrata, se cancelan contratos, se despide, se reduce, se cierra. Como cuando no hay crisis, pero más. Y todo se hace barato, cada vez más barato. Y con frecuencia sin endeudarse, porque no hay quien preste y, sobre todo, porque no hay quien preste a quien lo debe todo. Por eso es el momento de las grandes oportunidades. Los vendedores de miedo viven en el paraíso, con su mercancía, el miedo, cotizando en máximos.
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