Las mujeres tunecinas van a votar el 23 de octubre en las primeras elecciones democráticas que contarán con listas paritarias y servirán para conformar la Asamblea Constituyente. Las mujeres saudíes no votan en las elecciones municipales que se celebran hoy y deberán esperar a 2015 para gozar del sufragio activo y pasivo en los comicios locales. La caída de Ben Ali decapitó los proyectos de sucesión dinástica organizada por los familiares del dictador, al igual que ha sucedido en Egipto y en Libia. En Túnez no eran los hijos los candidatos sino la propia esposa de Ben Ali, la todopoderosa Leila Trabelsi, quien aspiraba a sucederle. En Arabia Saudí las mujeres apenas aspiran a conducir el automóvil, delito por el que una señora de Yeda ha sido castigada a recibir diez latigazos.
Entre la revolucionaria Túnez y la contrarrevolucionaria Riad, se extiende el catálogo del cambio que se ha producido en el mundo árabe desde el 14 de enero cuando Ben Ali se fugó a Arabia Saudí, donde vive ahora exiliado. En toda la geografía árabe la oleada ha producido unos efectos internos en cada uno de los países, desde el cambio de régimen hasta el anuncio del sufragio femenino. Y otros externos, desde los bombardeos de la coalición internacional para apoyar la revolución contra Gadafi en Libia hasta la intervención militar de Arabia Saudí, junto a los países del Consejo de Cooperación del Golfo, para reprimir a los revolucionarios en Bahréin.
En este amplio abanico encontramos de todo: dos transiciones en marcha con elecciones democráticas ya programadas, una guerra civil a punto de concluir, dos largas revueltas de horizonte incierto, varias reformas constitucionales, remodelaciones de gobierno o simples medidas económicas para aplacar las protestas. La factura de sangre no es liviana, sobre todo donde hay guerra como en Libia, una represión desenfrenada como en Siria, o ambas cosas, enfrentamientos civiles y represión como en Yemen: son millares los heridos y muertos por efecto de la represión y de los enfrentamientos, hay cárceles que se vacían y cárceles que se llenan según los países, y policías que dejan de torturar, policías que siguen torturando y policías que torturan más que nunca.
Cada uno de los casos permite identificar un modelo de comportamiento frente a las protestas, aunque también un aprendizaje por parte de los gobernantes. Ben Ali y Mubarak creyeron que bastaría la promesa de abandonar el poder en las siguientes elecciones y de renunciar a una sucesión familiar. Gadafi dedujo que debía aplastar la revuelta antes de pensar en ceder en algo. Ali Abdalá Saleh combinó ambas estrategias: ha prometido todo, no ha cedido nada y sigue reprimiendo, aunque ha estado a punto de morir en los enfrentamientos.
Ha quedado demostrado algo que ya se sabía, desde Maquiavelo al menos: que los príncipes hereditarios proporcionan más estabilidad que los príncipes nuevos. Mohamed VI decepcionó al principio y avanzó algo más en las reformas en cuanto percibió la profundidad del tsunami, para acotar luego el perímetro del cambio con el objetivo de no perder el control patrimonial del Estado, que es lo que intentan todos los monarcas. El rey saudí Abdulá Abdulaziz tenía un esquema claro: el inmovilismo, pero también la contrarrevolución. Si hay que hacer cambios, que sea en proporciones microscópicas. Hay que rechazar el comportamiento desagradecido de Washington y de los europeos con Ben Ali y Mubarak. También para evitar que cunda el mal ejemplo: solo faltaría que todos los descontentos del mundo derrocaran a quienes deben obediencia. Y si hace falta, se manda los tanques para asegurar la estabilidad en la Península Arábiga, donde los vecinos se rigen con los Saúd por la doctrina Breznev de la soberanía limitada: véase Bahréin y Yemen.
Fuera del catálogo también cuentan tres países que ni son árabes ni están directamente afectados por esa primavera. El primero es Israel, entreverado con los árabes y acogido a la vía inmovilista de los saudíes: mejor que nada hubiera cambiado y en todo caso vamos a seguir como si nada haya cambiado. El segundo es Irán, totalmente ambivalente. Su esfera de influencia chií le llama a temer la caída del régimen amigo de Siria, pero a la vez a promover las revueltas chiíes en su zona de influencia. Teme que la revolución erosione al régimen de los ayatolás pero el régimen revolucionario islámico debe apoyar a los revolucionarios. El tercero es Turquía, que empezó arrastrando los pies como los occidentales, pero aspira a convertirse en la potencia regional decisiva.
Es un catálogo abierto, del que solo conocemos las primeras páginas. Desmiente a los escépticos del cambio. Han cambiado todos los países internamente y ha quedado modificado el entero mapa geopolítico. Pero solo es el comienzo. Dentro de pocos meses este catálogo necesitará muchas más páginas y empezaremos a saber cuál es el color dominante.
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